Por: Querien Vangal Marzo / 2009 "He visto a muchos muertos en mi vida", me dijo un médico. El primero... a los nueve años de edad. Me llevaron del colegio al entierro del maestro de matemáticas. Recuerdo, como si fuera ayer, su rostro grisáceo dentro del ataúd, sus ojeras profundas y negras... Acerqué mi mano a su frente, pues le tenía gran aprecio, y sentí por primera vez el frío característico de un cuerpo sin vida... sensación que guardo en mis recuerdos hasta el día de hoy. El profesor estaba muerto, sin lugar a dudas". "De él, siguió la maestra de música, quien murió de púrpura sanguíneo ese mismo año y la veo aún en mi memoria, en su ataúd, con la cara amoratada... como si la hubieran golpeado, al igual que sus manos, entrecruzadas en el pecho. Su rostro rígido era el rostro mismo de la muerte. Estaba muerta, sin duda alguna". "No contaré de todos los muertos que han pasado por mi vida, pues el cuento se haría demasiado largo, pero he visto morir abuelos y abuelas, tíos y tías, primos y amigos cercanos, he visto morir a mi madre y a mi suegra... a todos ellos he tenido la oportunidad de despedir con un último beso en la frente y... todos... absolutamente todos, han dejado en mis labios el recuerdo del frío y la rigidez propias de la muerte". No es así el caso del pequeño Daniel, nieto de un amigo, a quien tengo ahora frente a mí, tendido en una cama de hospital y conectado a un respirador que va directo a su garganta y a varias sondas que entran en sus pequeños brazos. Dani, como le dicen de cariño, ingresó al hospital hace una semana, para una sencillísima operación de amígdalas... las cosas se complicaron... tuvo una hemorragia interna que desencadenó una hemorragia, al grado de que los doctores afirmaban que estaba muerto y recomendaban a los papás, con exagerada insistencia, donar todos sus órganos, empezando con el corazón, por supuesto. Debo decir que Dani no es un muerto como los otros que han visto mis ojos: su cuerpo está tibio, su corazón late a ritmo normal, sus pulmones inhalan y exhalan al ritmo del respirador... su cara está rosada y sus facciones no tienen ningún signo de rigidez. ¿Estaba Dani realmente muerto? ¿Tan muerto como para poder sacarle el corazón latiendo, con la plena seguridad de no estar cometiendo un sacrificio humano, al estilo de los aztecas? Es curioso que los doctores y enfermeras le llamen "el pacientito con muerte cerebral". Me pregunto porqué no le llaman "el cadáver" en lugar de "el pacientito". ¿Será que ellos tampoco están seguros de que Dani está muerto y de que su cuerpo realmente sea un cadáver? Recuerdo que en agosto del año 2000, Juan Pablo II marcó unos criterios éticos para los trasplantes. Independientemente de la fe religiosa que profese, vale la pena leerlo. Y habló de la exigencia de tener la certeza moral de la muerte del sujeto, antes de realizar cualquier transplante de un órgano vital. ¿Cómo obtener esa certeza moral en el caso de Dani? Juan Pablo II nos dijo que, para tener la certeza de la muerte, podemos confiar en el criterio neurológico, que significa la cesación total e irreversible de toda actividad cerebral (en el cerebro, el cerebelo y el tronco encefálico). No soy médico, pero todos los que pasamos por el bachillerato sabemos que el tronco encefálico es el que regula los signos vitales... el latido del corazón, los movimientos respiratorios y el flujo vascular. El corazón de Dani está latiendo y sus pulmones moviéndose... su sangre está circulando. Al parecer no ha cesado la actividad de su tronco encefálico... ¿o sí? Los doctores aseguran que si su corazón late, es sólo por los medicamentos que le están administrando y no por una actividad en el tronco encefálico; aseguran también, que sus pulmones funcionan sólo por el respirador y no por una actividad cerebral. ¿Podemos estar 100% seguros de eso? La única manera de comprobarlo, para tener una absoluta certeza, sería quitar los medicamentos y quitar el respirador. Si, entonces, el corazón de Dani deja de latir y los pulmones dejan de funcionar total e irreversiblemente, significaría, con una completa seguridad, que efectivamente el tronco encefálico ha cesado su actividad. Por supuesto... los doctores se niegan a quitar los medicamentos y el respirador, pues si el corazón deja de latir, ya no les serviría para trasplantarlo. Su "cosecha de corazones", que significa muchos miles de dólares en sus bolsillos, se vería frustrada. ¿Deben acceder los papás a la presión de los doctores para que "en un acto de generosidad extrema" otorguen el permiso de sacarle el corazón a Dani, sin tener la certeza absoluta de que está muerto, totalmente muerto? Benedicto XVI, no ha dejado la menor duda acerca de qué debemos hacer en el caso de Dani y de todos los "pacientes con muerte cerebral". «La humildad es el altar sobre el cual quiere Dios que se le ofrezcan los sacrificios» |
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