Compilado por: Antero Duls
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Las profundidades de la tierra esconden maravillas que tal vez sólo la imaginación humana habría creado. Sin embargo, la naturaleza nos sorprende una vez más con estas formaciones descubiertas, y aún estudiadas, en el estado de Chihuahua: las cuevas de Naica, únicas en el mundo. ¡Sumérgete en esta crónica con nosotros!
Por: Carlos Lazcano Sahagún
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Teníamos ante nosotros un salón repleto de cristales. Eran, con mucho, los cristales más grandes que habíamos visto: salían por todas partes y en todas direcciones, uniendo el piso con el techo. En 1794 los señores Alejo Hernández, Vicente Ruiz y Pedro Ramos de Verea localizaron una pequeña veta al pie de una corta serranía conocida como Naica, al sur de la actual Ciudad de Chihuahua. Así, el 6 de junio de ese mismo año oficializaron su descubrimiento al hacer el denuncio formal de "una mina ubicada en tierra virgen, con el nombre de San José del Sacramento en la cañada del aguaje de la sierra de Naica". Anteriormente nada se sabía de la sierra de Naica. Al parecer el término naica es de origen rarámuri y significa "lugar sombreado"; de nai, "lugar", y ka, "sombra". Otras fuentes lo traducen como "lugar sin agua".
Aunque se hizo el denuncio de sus minerales, las primeras labores no se realizaron sino hasta 1828, pero a muy baja escala. En 1896 el señor Santiago Stoppelli denunció una mina en el cerro de Naica, por lo que el asentamiento del mismo nombre recibió la categoría de pueblo. Pronto se formó la Compañía Minera de Naica, y la explotación formal y en gran escala dio inicio en 1900.
La importancia de Naica fue tal que para 1911 alcanzó la categoría de municipio; sin embargo, debido a los estragos de la Revolución, la compañía se vio obligada a suspender la explotación minera, la cual no fue continuada sino hasta 13 años después por parte de la Compañía Minera Peñoles, que la trabajó durante otros cuatro años.
Entre 1928 y 1961 la mina fue explotada por compañías estadounidenses, y a partir de ese último año el Grupo Peñoles opera la mina con todo éxito, siendo una de las más importantes y productivas del estado. Actualmente la mina produce principalmente plomo, zinc, cobre, plata y oro, llegando a procesar casi un millón de toneladas de mineral al año. Los trabajos de la mina han destacado a nivel nacional por su cuidado del medio ambiente y mínima contaminación.
Hace algunos años asistimos a la feria mineralógica de Tucson, Arizona, la más importante del mundo. Esta feria se celebra año con año y cada edición se dedica especialmente a un mineral. La ocasión en que fuimos, ese mineral era el yeso y sus variedades. En exhibición tenían una impresionante muestra de minerales de yeso y en el lugar de honor estaba un cristal de selenita (una de las variedades del yeso) cuya longitud era de un poco más de dos metros y presentaba una transparencia extraordinaria. La localidad de donde procedía era la Cueva de las Espadas, dentro de la mina de Naica. De nuestros amigos de Chihuahua nadie nos supo decir algo sobre el sitio. El organizador de la feria, un geólogo experto en minerales de todo el mundo, nos comentó que consideraban a los cristales de la mina de Naica como una gran maravilla natural, que eran muy solicitados por los coleccionistas de minerales y que se llegaban a pagar altos precios por uno de esos cristales.
Recientemente el ingeniero Roberto González Rodríguez, gerente de la mina, y el ingeniero Enrique Alejandri Escoto, jefe de seguridad, amablemente nos invitaron a realizar un recorrido por el interior de la mina. Nuestro guía sería el joven minero Carlos Valles Carrillo.
Entrando a la mina el camino es una rampa descendente que va siguiendo las chimeneas mineralizadas, entre los estratos de las rocas calcáreas que conforman el cerro. La luz de la entrada rápidamente se pierde y sólo nos iluminan los faros de la camioneta. A medida que bajamos, la temperatura y la humedad van en aumento. En las partes más hondas el ambiente alcanza los 45ºC y la humedad es del 100 por ciento.
Desde luego, no perdimos la ocasión para conocer la famosa Cueva de las Espadas, que se encuentra a los 120 metros de profundidad. La cueva fue encontrada en 1910 durante los trabajos de explotación y su belleza deslumbró a los mineros, quienes decidieron conservarla. La fama de sus cristales pronto se extendió y desde entonces no ha dejado de ser visitada, principalmente por personas del medio de las ciencias de la tierra.
Actualmente la cavidad está bien acondicionada para recibir a los visitantes.
La longitud de la cueva es de unos 70 a 80 metros; en esa corta distancia se tiene tal cantidad de maravillas que queda uno pasmado, y es que toda la cueva (techo, paredes y piso) está cubierta por grandes cristales de selenita. Este mineral es una de las más hermosas y cristalinas variedades del yeso. Algunos de estos cristales tienen un parecido a cierto tipo de espadas, de ahí el nombre de la cueva, sobrepasan el metro de longitud y se presentan de una manera poco usual en las cuevas. Esto último es lo que hace única en el mundo a esta cavidad, y digna de figurar entre los patrimonios naturales más hermosos de la humanidad.
La Cueva de las Espadas nunca contó con un acceso natural y gracias a ello los cristales tuvieron la oportunidad de crecer a tamaños muy por arriba de lo normal, a lo largo de un proceso silencioso y subterráneo de varios miles de años. La selenita, lo mismo que todos los minerales de yeso, está compuesta de sulfato de calcio hidratado.
En abril del año 2000, Eloy Delgado y su hermano Francisco Javier se encontraban operando una poderosa barrenadora, taladrando un túnel de exploración dentro de la mina de Naica, en el nivel de los 300 metros de profundidad. En un momento dado la barrenadora se siguió de largo y quedó ante ellos un pequeño agujero que al parecer daba a una grieta. Sin embargo, al ampliar un poco el boquete, Juan se dio cuenta de que se trataba de algo más grande de lo normal.
No sin dificultad, Francisco Javier logró traspasar el estrecho hoyo y llegó a un salón. Quedó maravillado ante lo que contempló. Penetró en una especie de "geoda" de unos 8 metros de diámetro y de pronto se vio envuelto enteramente por cristales, blancos y cristalinos, de gran tamaño. Aunque se trataba de cristales de yeso, se dio cuenta de que eran totalmente distintos a los de la Cueva de las Espadas, y de un tamaño mucho mayor. Ante tal portento los hermanos detuvieron el avance del túnel e inmediatamente dieron aviso al ingeniero Roberto González, quien, consciente de que estaba ante un tesoro de la naturaleza celosamente resguardado, mandó desviar las obras del túnel para evitar que se dañaran los cristales.
A los pocos días, una vez que se reanudó el trabajo del túnel, volvió a aparecer otra cavidad llena de cristales, ésta algo mayor. Al ser inspeccionada, los sorprendidos mineros se encontraron con una cámara de cristales de selenita de tamaño descomunal; entre cinco y siete metros de longitud y algunos de casi dos metros de diámetro. En esa sola cámara había alrededor de 20 de estos megacristales. Debido a que la temperatura de la cavidad alcanzaba los 60ºC, los mineros no pudieron explorar más allá de ese primer salón. Nuevamente el ingeniero González mandó desviar la construcción del túnel. Y no sólo eso, la mandó cerrar con una tapia de gruesos ladrillos y una puerta de acero, porque no tardaron en darse los primeros saqueos.
Al visitar la nueva cavidad fuimos acompañados por Claude Chabert, uno de los más importantes espeleólogos franceses. El ingeniero Alejandri nos comentó que habían consensado el nombre de la nueva cavidad, quedándosele el de Cueva de los Cristales, precisamente por el gran tamaño de éstos, y que estaban tratando de dar a conocer la cavidad, pero debido a las condiciones extremas de su interior, es decir una temperatura de 60ºC con 100% de humedad, nadie había logrado obtener una fotografía de su interior hasta ese momento.
Al entrar en la cavidad sentimos como si la temperatura hubiera subido al doble. Sin embargo, de momento se nos olvidó el calor porque frente a nosotros teníamos un salón repleto de cristales de gran tamaño. Sin lugar a dudas eran, con mucho, los cristales más grandes que habíamos visto en nuestra vida. Salían por todas partes y en todas direcciones, uniendo el piso con el techo. Después de haber visitado más de dos mil cuevas por todo México, las sorpresas continuaban, ¡y en qué forma! Claude sólo atinó a decir: "Esto es una locura de la naturaleza, aquí se puso a desvariar y a salirse de todo lo que es para ella 'normal' en cuanto a cuevas". Y eso que Claude, a sus 60 años de edad, conoce más de diez mil cuevas por todo el planeta.
En realidad, apenas comenzaban nuestras sorpresas, cuando nos dimos cuenta de que ya no podíamos estar mucho tiempo dentro. El calor era agobiante, en verdad extremoso, y rápidamente nos empezamos a sentir incómodos. Intenté tomar una fotografía, pero mi cámara estaba más que empañada, así que decidimos salir, descansar y volver a entrar. En esta mina, muy abajo del cerro, entre tres y cinco kilómetros de profundidad, hay un cuerpo magmático, es decir, roca fundida a una temperatura muy alta, lo que mantiene caliente todo el interior del cerro, y a medida que se profundiza la temperatura va aumentando. En los túneles activos de la mina la temperatura es aceptable gracias a que se cuenta con ventilación y aire acondicionado, pero donde no los hay se siente la verdadera temperatura de todo el cerro.
Cuando volvimos me posicioné en un sitio estratégico y empecé a disparar, pidiéndole a Carlos que fuera mi modelo. Entre foto y foto, que no fueron muchas, pude ver que la cueva no tiene grandes dimensiones, quizá unos 30 metros de diámetro, gran parte de los cuales están totalmente cubiertos por los megacristales de selenita. No fue gran cosa lo que pude explorar visualmente, ya que no tardó mucho en sacarnos el calor.
El origen de estos megacristales se debe a varias condiciones, que raramente se dan. La cavidad nunca tuvo acceso natural, era como una burbuja en medio del cerro. Gracias a la temperatura originada por el magma, entre las grietas y fracturas del interior del cerro corrieron líquidos y gases que traían disueltas en exceso sales de sulfuros. Al penetrar en la cavidad se originó un pequeño cambio en la presión del ambiente, lo que hizo que esos excesos de sales se fueran depositando en forma cristalina, y a través de miles de años crearan los enormes cristales que ahora vemos, cubriendo casi enteramente la cavidad con ellos. Algo fantástico que sólo la naturaleza pudo haber creado.
Entre esas visitas estuvimos investigando sobre otras cavidades a nivel mundial que destacaran por sus cristales, y así pudimos verificar que, efectivamente, no hay nada que se le parezca. Podemos afirmar con toda seguridad que esta cueva posee los cristales más grandes del mundo vistos hasta hoy. Una maravilla más de este increíble país que es México, el cual nunca terminaremos de conocer.
La máxima preocupación por espacios como éste debe ser el cuidado y la conservación. Los mineros de Naica están totalmente conscientes de esto, y una vez que se logre garantizar la seguridad de la cueva, se abrirá al público. Damos gracias al ingeniero Roberto González Rodríguez y a sus superiores de la empresa Peñoles por su aportación a la conservación y cuidado de la Cueva de los Cristales.
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