Por: Gabriel Zaid
Ewing Kauffman empezó como vendedor de un laboratorio farmacéutico, y acabó instalando el suyo en el sótano de su casa.
Llegó a tener 3,400 empleados, pero vendió la empresa y estableció la Ewing Marion Kauffman Foundation, que tiene activos de dos millardos de dólares (www.kauffman.org). La fundación promueve la creación de empresarios por métodos indirectos: el apoyo a la educación e investigación sobre el tema.
Se trata de un tema poco estudiado por economistas y sociólogos, a pesar de la importancia que le dieron Adam Smith, Karl Marx y Joseph A. Schumpeter. También, de una enseñanza descuidada, aunque el sistema educativo se concentra cada vez más en enseñar administración con un sesgo burocrático: la formación de empleados, no de empresarios. Lo mismo puede decirse de la infinita literatura dedicada a cómo tener éxito en las empresas creadas por otros, no en crear empresas propias.
La fundación tiene en su portal un informe sobre la creación de empresas en los Estados Unidos (1996-2005), donde salta a la vista algo notable: la población de origen latino es la más empresarial, por encima de la blanca, negra y asiática. Esto concuerda con una encuesta mundial sobre el tema, realizada por el Global Entrepreneurship Monitor (GEM), patrocinado por la fundación (www.gemconsortium.org). El GEM entrevistó a la población de 18 a 64 años en 29 países el año 2001, preguntándole si (en los últimos tres meses) había creado o estaba creando una empresa, o estaba a cargo de una propia (de menos de 42 meses).
El 10% de los entrevistados respondió que sí. Pero la media latinoamericana (14%) estuvo por encima de los otros promedios regionales (Estados Unidos y Canadá, Asia, Europa). Y lo más notable de todo: México tuvo el porcentaje más alto de los 29 países (18%).
A los creadores de nuevas empresas se les preguntó, además, si lo hicieron por necesidad (porque no tenían mejores oportunidades de empleo) o porque vieron una oportunidad que les pareció atractiva. En general, predominó la oportunidad (54%) sobre la necesidad (43%), con variaciones por país. Nueva Zelanda, Australia y México tuvieron el primer lugar en empresas creadas por razones de oportunidad.
En empresarios por necesidad, la India y México tuvieron el primer lugar. En la suma de ambos criterios, el primer lugar lo tuvo México; el séptimo, Estados Unidos.
México tiene lo esencial para el desarrollo económico: materia prima empresarial. Lo que no tiene son buenos economistas. Cuando todavía no llegaban al poder, México tuvo un desarrollo económico sostenido y poco inflacionario, que ahora es visto con nostalgia. En 1968, el PIB creció 8.1%, la inflación 2.4%. Esa marca no ha sido superada, ni igualada. Lo intentaron fallidamente los economistas fanáticos del Estado, pero no aceleraron el crecimiento, sino la inflación. Lo intentaron fallidamente los economistas fanáticos del mercado, y lo primero que lograron fue una inflación nunca vista con crecimiento cero. Después, se la han pasado remediando sus errores a costa del crecimiento y el empleo.Estos fracasos se discuten desde fanatismos opuestos, pero en la práctica, tienen algo en común. Los economistas que llegan al poder (independientemente de su credo) se mueven en el mundo burocrático, lo entienden y proceden como si todo fuera o debiera ser burocrático. No entienden la situación empresarial. Tradicionalmente, los abogados tenían despachos, los médicos consultorios, los ingenieros empresas. Pero la tradición de los economistas no es la independencia, sino la grilla asalariada. Ni su formación profesional, ni los ejemplos de sus mayores, ni su experiencia, los orientan a la creación de empresas.
Después de 1968, México se volvió intensamente burocrático. La cultura administrativa dominante -en el poder ejecutivo, legislativo y judicial, las grandes empresas y grandes sindicatos, las universidades y los medios- ignora la vocación empresarial, porque no encaja en su visión del mundo.
Su modelo mental no es la creación de empresas que empleen a otros, sino la búsqueda de empleos maravillosos en empresas o instituciones creadas por otros. Sucede incluso en las trasnacionales, cuyos ejecutivos cuidan sus intereses laborales y sus gloriosos «paracaídas de oro», mientras se llenan la boca hablando de una libertad de empresa que prefieren no ejercer por su cuenta. Los economistas en el poder, como toda la clase política, tienen esa mentalidad. Son aves de paso, en busca de una percha más alta.
Sus políticas económicas, sus leyes, reglamentos y trámites, sofocan la vocación empresarial de millones de mexicanos porque no saben, ni quieren saber, lo que es estar en los zapatos de un emprendedor. México es un país de empresarios oprimidos por asalariados privilegiados.
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