Por: Cirze Tinajero Enero / 2010 Al hablar de Carlota de Habsburgo, la relacionamos con Maximiliano, la imaginamos como la fiel esposa que permaneció a su lado hasta su muerte y nos quedamos con la idea de que únicamente fue una emperatriz que vivía interesada en aspectos superficiales. Sin embargo, perdemos de vista que fue una mujer con sueños, decisiones y educada para gobernar, por lo que la gran pregunta es: ¿lo logró? María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina de Bélgica –es el nombre completo de nuestra querida emperatriz¬– nació el 7 de junio de 1840 en el castillo de Laeken, cerca de Bruselas, Bélgica. Y ante su nacimiento todo el reino se iluminó y festejó con bailes y rondas alegres. Pero para su padre, Leopoldo I, la venida de una mujer no era lo más deseado para asegurar su dinastía como hubiera ocurrido con un tercer hijo varón, por lo que no supo disimular su decepción. No obstante, el rey no imaginó que con el tiempo su pequeña Carlota se convertiría en una replica de él mismo, en cuanto a personalidad y sus ganas de gobernar se refiere. A partir de 1848, la madre de Carlota, Luisa María de Orleans, decayó en salud, pues las angustias se hicieron presentes, ya que el abuelo de la futura emperatriz mexicana, Luis Felipe de Orleans, abdicó el trono de Francia y fue desterrado, para finalmente morir un par de años después. El estado de salud de Luisa María empeoró cada día hasta que la muerte fue inevitable. El fallecimiento de su madre fue crucial para la formación de Carlota, pues ocasionó que su vida dentro de la realeza empezará antes de lo acostumbrado. Acompañaba a su padre en todas las ceremonias oficiales y puso un gran interés en las obras de caridad, siempre con una voluntad firme, tratando de ocupar el vacío que había dejado su madre. Al cumplir 16 años dos pretendientes solicitaron la mano de la princesa: el Príncipe Jorge de Saxe y el Rey de Portugal, Pedro I. Pero Carlota eligió a Maximiliano, príncipe con sangre de los Habsburgo, perteneciente al Imperio Austriaco y decidió desposarse con él. Varios historiadores aseguran que mientras Carlota se casó perdidamente enamorada, Maximiliano lo hizo porque sabía que ella podría asesorarlo al momento de gobernar. Cuando Maximiliano de Habsburgo aceptó la propuesta de instaurar un Imperio en México, la princesa de Bélgica, Charlotte, archiduquesa de Austria, tomó el nombre español de Carlota Amalia de México. Al llegar al nuevo país, la situación no fue nada fácil debido a la inestabilidad política, pero eso no fue impedimento para que Carlota intentara gobernar y ejecutar su talento político. Durante los periodos en los que ejerció la regencia del gobierno imperial mostró su preocupación por los trabajadores mexicanos, formuló proyectos propios y aprovechó la experiencia de otros países en materia legislativa. Incluso se preocupó por la situación social de los indígenas, tanto, que se atrevió a viajar a la Península de Yucatán para conocer a los mayas y las ruinas de Uxmal en 1865. Asimismo, la emperatriz llegó a promulgar la abolición de los castigos corporales y una justa limitación de las horas de trabajo. Incluso intervenía habitualmente en las reuniones del consejo de ministros. Carlota estaba hecha para gobernar y así lo hizo, ya fuera a lado de su esposo o por sí misma. Cuando la situación se tornó más difícil para el Imperio Mexicano, la emperatriz no se quedó de brazos cruzados viendo cómo moría su sueño de mejorar a México, un país al cual ya le había tomado cariño, por lo que decidió cruzar el Océano Atlántico en búsqueda de ayuda en Europa para salvar el trono de su marido. Se entrevistó con la nobleza europea en París y Viena, pero no hubo buenos resultados. Desde Francia se dirigió a Roma, con la intención de conseguir el apoyo del Sumo Pontífice e inclinar a los conservadores mexicanos a su causa. Acudió con el Papa Pío IX, el cual únicamente la llenó de promesas vagas. Fue así como Carlota Amalia fracasó en el intento de conseguir apoyo para la monarquía mexicana, y a partir de entonces, la desesperación la llevó a la locura, la cual se vio agravada por el fusilamiento de Maximiliano. María Carlota Amelia Victoria Clementina Leopoldina de Bélgica pasó el resto de su vida en aislamiento, primero en el pabellón de su Palacio de Miramar, luego en el Castillo de Tervueren y finalmente en el en el Castillo Château de Bouchout en Meise, Bélgica, donde finalmente falleció.
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