Por Raúl Espinoza Aguilera
Fuente: Yoinfluyo.com
Marzo de 2011
Rosa Cruz es una empleada del hogar, de 67 años. Pertenece al Opus Dei como Numeraria Auxiliar desde que era joven. Comenta que, en todos estos años de trabajo profesional en la cocina y en las diarias faenas del hogar, ha disfrutado mucho, primero, porque afirma que a su trabajo le ha impreso todo su ingenio y creatividad y, después, porque ha sido una ocasión estupenda de servir a los demás, a su familia de la Obra, y porque ha encontrado a Dios —como cristiana en medio del mundo—, a través de las tareas cotidianas, ordinarias, todas hechas por amor a Dios.
Pero le aconteció un suceso inesperado: tuvo una fortísima infección renal, los médicos se la controlaron con dificultad, pero perdió buena parte de sus brazos y sus piernas.
Jesús Fonseca, periodista español, la entrevistó en su conocido programa televisivo: "Palabras a Medianoche", durante más de media hora. Este comunicador no salía de su asombro al observar la contagiosa alegría, paz y felicidad que transmitía Rosa.
—Dígame, Rosa Cruz, ¿cómo puede usted estar tan alegre y de buen humor con esta dramática discapacidad? Yo sencillamente no podría soportarlo, confieso que soy cobarde…
Ella se ríe abiertamente y le responde:
—Mire usted, hace muchos años le entregué mi vida enteramente a Dios. Si ahora me ha pedido mis brazos y mis piernas, pues se los doy en completa paz. Es otro modo de servirle. Todavía tengo cabeza y corazón para amar al Señor y a las almas. Sé que con una sonrisa puedo hacer mucho bien a los demás al llevar bien esta situación mía.
El periodista se descara más y en un arranque de sinceridad le dice:
—Si a mí me hubiera pasado esto, yo me hubiera lanzado por la ventana; no querría vivir así…
—Pues yo así soy inmensamente feliz, por la sencilla razón que Dios me quiere como estoy ahora. Sé que estoy cumpliendo y amando su Voluntad. ¡Mi situación no la cambiaría por nada de este mundo!
Rosa comenta que es lo que ha aprendido de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei, de santificar cualquier trabajo, ocupación o circunstancia de la vida, incluido el dolor, la enfermedad, el sufrimiento…
Y añade con gracia:
— ¡Además, soy de Salamanca y me gustan los toros! Pero no mirarlos solamente, sino bajar al ruedo y enfrentar cualquier situación que a uno le toque, con valentía. Nunca me he rebelado en contra de haber perdido mis brazos y mis piernas. ¡Si Dios lo quiere así, entonces yo amo ese querer suyo! Antes, cuando trabajaba como empleada del hogar, gozaba sirviendo a los demás, ahora me tengo que dejar servir, cosa que me ha costado un poco más.
—Rosa Cruz, ¿no se siente amargada, disgustada contra el mundo o ha tenido algún momento en que se desplomó emocionalmente? —le pregunta incrédulo el periodista—.
—No, jamás, es un orgullo servir a Dios de esta manera y lo hago alegremente, con una sonrisa. Quiero decirle que para mí todo esto lo considero como una gran suerte y que soy muy feliz así como estoy.
— ¿Y de dónde saca toda esa fuerza espiritual que usted tiene?
—De Jesucristo, me apoyo mucho en la Eucaristía.
— ¿Cómo ve su futuro? —concluye el comunicador—.
—Muy esperanzador, porque sé que rezan por mí de todo el mundo y porque así, llevando bien esta cruz, sé que le doy una gran alegría al Señor.
Mientras miraba con atención este video en www.youtube.com, he de reconocer que esta entrevista me conmovió profundamente. Porque he visto a muchos enfermos ofrecer su enfermedad con gusto a Dios hasta su muerte (y en ocasiones muy dolorosa), pero nunca con esta alegría tan desbordante y contagiosa.
Pensaba, por contraste, que en el mundo actual muy pocos quieren escuchar acerca del sentido del dolor, del sufrimiento o de las enfermedades. Parece que multitudes de personas se afanan —casi obsesivamente— en buscar el goce permanente, el placer a como dé lugar, a toda costa, y además: "hoy, aquí y ahora".
Es evidente que en esta vida hay muchos goces de los que podemos disfrutar sanamente: una buena música, practicar un deporte, un rato de convivencia con la familia, una animada charla con los amigos, una sabrosa comida o refrescante bebida…
Pero, a lo que me refiero es que, cuando una persona huye patológicamente de cualquier síntoma de malestar o de dolor (por pequeño que sea), o si le sobreviene inesperadamente una contradicción, no sabe cómo reaccionar, y cae en una particular histeria. ¿Por qué? Porque no ha aprendido a darle un sentido profundo a la enfermedad o a la contrariedad.
En el terreno meramente humano, el dolor hace madurar a la persona, crece en fortaleza y paciencia. En el aspecto espiritual, hay una idea que me parece que, en una sociedad materialista y de consumo como en la que vivimos, convendría escribir con letras mayúsculas o subrayar.
Es la siguiente: desde que Jesucristo murió por nosotros en la Cruz y con su sacrificio redentor nos abrió las puertas del Cielo, el dolor ha pasado de ser una maldición o tragedia a una bendición del Cielo, porque de esta manera, si nosotros nos unimos también a su Cruz, contribuimos a esa misión siendo corredentores. Y es que la lógica de Dios es muy distinta a la lógica de muchos hombres.
Al final de la entrevista, el periodista le leía a Rosa Cruz un pensamiento del poeta hindú Tagore que decía más o menos así: "Dormí y soñaba que la vida no era más que alegría. Y al despertar me di cuenta que servir a los demás era también una alegría".
Ella respondió con prontitud:
— ¡Es un magnífico resumen de lo que ha sido mi vida, gracias a Dios!
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